Esta semana se celebró en la histórica ciudad rusa de Kazan la 16° cumbre de los BRICS, ese grupo que pretende ser el contrapeso mundial de las potencias Occidentales. Estaba la reunión diseñada por Putin para demostrar que Rusia no está aislada políticamente en el mundo a pesar de haber emprendido una criminal guerra en Ucrania y esperaba que sus “aliados” le refirmaran de alguna manera algún tipo de apoyo. Pero tal cosa no sucedió. En la declaración final de los BRICS solo se mencionó una vez a la guerra de Rusia en Ucrania y, por otro lado, estableció que todos los signatarios deben actuar de acuerdo con los principios de la Carta de la ONU, incluida la disposición sobre el respeto de la integridad territorial. Además, pide a los Estados BRICS dar la bienvenida a las ofertas relevantes de mediación destinadas a garantizar una solución pacífica de la guerra a través del diálogo y la diplomacia. Justamente esa es la posición de Ucrania: que los principios de la Carta de la ONU son una vía principal a través de la cual se puede lograr la paz y ha destacado la ilegalidad de la guerra de Rusia según el derecho internacional.
Putin no ha sido capaz de exportar sus enfoques sobre el cambio del orden mundial y la arquitectura de seguridad global. Los BRICS están muy lejos de aceptar el sistema alternativo de acuerdos internacionales que Rusia quiere. De hecho, integrantes como India, Emiratos Árabes Unidos, Brasil y Sudáfrica se oponen a la transformación de los BRICS en una coalición antiestadounidense. Incluso Xi Jinping, reiteró la posición de China de pedir una desescalada en la guerra de Rusia en Ucrania e incluso desalentó la participación de terceros. No le gusta a Xi la participación norcoreana en la guerra, por eso enfatizó la necesidad de promover una rápida desescalada militar y evitar “echar leña al fuego”. También anunció la creación de un grupo con la participación de China, Brasil y varios países del Sur global llamado “Amigos de la Paz” cuyo objetivo es unir voces en apoyo de una resolución pacífica del conflicto ruso-ucraniano.
Rusia de nuevo está probando ser un gigante con pies de barro, toda una superpotencia de pacotilla. Ahora necesita de las tropas y del material militar de Corea del Norte para sostener su absurda y criminal guerra en Ucrania, la cual Putin emprendió, en mala hora, con la supuesta pretensión de devolverle a Rusia su “espacio de influencia imperial”. Tras dos años de guerra, el ejército ruso está exhausto, con más de 600 mil bajas entre muertos y heridos. Las peticiones de los generales rusos para movilizar nuevas tropas habían caído en oídos sordos. No bastó ofrecer bonificaciones exorbitantes a los reclutas dispuestos a firmar un contrato y ser enviados al infierno del frente. El dictador ruso pretende ser el último líder decimonónico de Europa. Una especie de canciller prusiano que piensa en términos de territorio, recursos y fuerza bruta. Un supuesto estratega de la Realpolitk geopolítica que trata el sueño imperial ruso, si no con la persuasión de la cultura, la ciencia o la economía, pues con la de los tanques. Pero no le alcanza para eso. Aquí reside el drama de Rusia. Su trepidante historia y su poderío nuclear están empañados por su relativamente modesta economía, su notable recesión demográfica y una geografía engañosa que es imponente sobre el mapa, pero donde abundan las vulnerabilidades estratégicas.
Mientras las empresas chinas y estadounidenses disputan los mercados mundiales la patria de Dostoyevski, Tolstói y Shostakovich está de capa caída. Posee el arsenal nuclear más grande del mundo, su cultura es universalmente respetada y su influencia política regional es (todavía) innegable, pero el 60 por ciento de sus exportaciones son hidrocarburos y, por tanto, depende de los vaivenes del precio de la energía. Cierto, también exporta otras materias primas y armamento, pero su PIB (a final de cuentas) es inferior al de Italia. En términos de renta por habitante, Rusia anda a la zaga de Kazajistán, Croacia y Rumanía. También es uno de los países industrializados menos productivos del mundo: ocupa el puesto 39, de un total de 42 del índice de productividad de la OCDE. Según expertos, estos rezagos se deben a un cóctel que incluye corrupción, bajas inversiones, malas infraestructuras y una demografía a la deriva. Según distintos cálculos, la población se reducirá entre un 7 y un 17 por ciento para mediados de este siglo. Y la geografía tiene sus trampas, con casi el 80 por ciento de los rusos viviendo en las regiones occidentales del país, a tiro de piedra, de la OTAN.
Según el periodista Tim Marshall, en su ya célebre libro “Prisioneros de la geografía”, comenta que “desde la invasión de Napoleón en 1812 hasta la Segunda Guerra Mundial los rusos han entrado en guerra con algún país europeo, en promedio, una vez cada 33 años. Aun así, Rusia, con aproximadamente el doble de territorio que Estados Unidos, tiene una proyección militar humilde. Washington gasta siete veces más que Moscú en sus fuerzas armadas, que dominan el aire y, sobre todo, los mares. La mayoría de los puertos rusos, incluido el de Vladivostok, en el Pacífico, se hielan varios meses al año, lo cual impide a Rusia convertirse en una potencia naval. Esto hace que sus puertos de aguas cálidas (Sebastopol en Crimea y Tartus en Siria) tengan la máxima prioridad geoestratégica”. Esta película ya a hemos visto antes. La URSS tenía un imperio que se extendía desde Berlín hasta Vladivostok, sin embargo, había disimulos: los estadounidenses gastaban en defensa un 4 por ciento del PIB mientras los soviéticos le dedicaban hasta un cuarenta. Era una superpotencia pobre capaz, sí, de fabricar una bomba de hidrógeno o de mandar a un hombre al espacio, pero cuyos habitantes hacían horas de cola para comprar una chuleta. Por eso desapareció y al muy poco tiempo de su disolución todos sus exaliados ya formaban parte de la OTAN o de la Unión Europea. Según los analistas rusófilos, Estados Unidos se aprovechó de un “momento de debilidad” de Rusia para asociarse con sus vecinos (un argumento que menosprecia la voluntad libre y soberana de todas esas naciones). Pero a la vista de las circunstancias cabe preguntarse si realmente fue un “momento de debilidad” o simplemente una vuelta a la normalidad después de un excepcional período de fortaleza, que no llegó a durar ni medio siglo.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en Etcétera
26 oct 24
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