La tarea de oponerse a los populismos autoritarios está demostrando ser titánica. Exige riesgos, sacrificios, estrategias acertadas, imaginación y mucha capacidad de autocrítica. Esto implica voluntad para representar un proyecto de gobierno auténticamente alternativo y para invertir en la construcción de una identidad democrática propia capaz de conservar como su centro a los intereses de las mayorías y los derechos de todos. ¿Cómo puede la oposición a los populismos ser capaz de entusiasmar a los electorados? Lo primero sería ejercer una autocrítica honesta y profunda, la cual le permita entender cómo y porque las opciones presuntamente democráticas del pasado contribuyeron a generar exclusión social y sistemas políticos corrompidos e ineficaces. Lamentablemente esta necesaria autocrítica sigue ausente en muchas de estas oposiciones.
Hace unos días el periodista de la BBC Stephen Sackur entrevistó a la dirigente opositora venezolana María Corina Machado, quien es favorita para ganar las elecciones primarias de la oposición a celebrarse en octubre rumbo a los comicios presidenciales de 2024 (Machado fue recientemente inhabilitada por un fallo de Contraloría General, lo cual ya ha sido recurrido). En tres ocasiones el periodista de la BBC preguntó a Machado sobre sus las propuestas para los sectores más desprotegidos de la sociedad venezolana y en las tres la candidata se limitó a hablar de las bondades del libre mercado. No salieron de boca de la entrevistada ni una idea concreta para quienes han apoyado al chavismo por estar descontentos con las élites tradicionales, ni una sombra de autocrítica. Este silencio es buena muestra de las razones por las cuales Maduro ha sobrevivido en el poder por tanto tiempo pese a su catastrófica gestión gubernamental.
El llamado "proyecto bolivariano" se instauró en el poder con una perspectiva polarizante entre "derecha e izquierda" y "chavistas y antichavistas". En este contexto, la oposición venezolana en lugar de elaborar propuestas programáticas claras se ha dejado definir por su adversario. En vez de responder promoviendo ideas concretas y valores sociales para la reconciliación ha reforzado su identidad negativa con su visceral rechazo al chavismo. Se percibe a sí misma como "antichavista" y no necesariamente "pro" algún proyecto de nación dirigido no solo a los antichavistas sino también a sectores desilusionados del chavismo. Esto hace a esta oposición instrumental para la dictadura porque mantiene viva a la polarización, su principal instrumento legitimador.
Según encuestas recientes 89 por ciento de los venezolanos considera a la oposición muy dividida y urgida de nuevos liderazgos. Un 70 por ciento desconfía de su capacidad para resolver los problemas económicos del país (la economía es la principal preocupación de los electores) e incluso un 82 por ciento reprueba a quienes han apoyado las sanciones internacionales contra el país. La oposición no ha logrado representar ni convocar a los venezolanos porque no es posible liderar a una sociedad a la cual ni se entiende ni se siente. Ello porque los principales dirigentes opositores provienen de élites sociales distantes del sentimiento popular.
Mientras el chavismo logró constituirse, pese a sus ingentes defectos e insuficiencias, en una comunidad emocional con una identidad social y una especie de "cultura política", la oposición aún carece de la cercanía para liderar y emocionar, de narrativas e ideas para entusiasmar y persuadir. Venezuela da una lección a todos los países con gobiernos crecientemente autoritarios, desde luego México incluido: solo se podrá vencer al populismo con una visión de país inclusivo y genuinamente democrático, libre de lógicas polarizantes y excluyentes.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes y en El Economista
19 de julio 2023
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