El pasado sábado el mundo observó, atónito, como las tropas del grupo de mercenarios Wagner avanzaba velozmente desde Rostov hacia Moscú. En pocas horas, los mercenarios se encontraban a 200 km de la capital tras doblegar a algunas defensas improvisadas. Vehículos blindados circulaban por las calles de la capital para proteger el Ministerio de Defensa y otros centros burocráticos. La policía construyó barricadas y bloqueó carreteras. Fuentes rusas publicaron imágenes de helicópteros atacando objetivos ocupados por Wagner en la carretera a la ciudad de Voronezh, tres de los cuales fueron derribados muriendo -al menos- trece pilotos y soldados a bordo. De pronto, se anunció un acuerdo entre Prigozhin y Lukashenko (el dictador de Bielorrusia). El líder de Wagner aceptó retirar sus tropas para "evitar el derramamiento de sangre" a cambio de seguridad y amnistía para él y sus milicias. Todo este drama ha dejado muchas preguntas abiertas, pero también una sola gran certeza: nada volverá a ser como antes para Vladimir Putin.
El Kremlin se enfrenta ahora a un equilibrio profundamente inestable. El acuerdo negociado por Lukashenko es una solución inmediata, no de largo plazo. La rebelión de Prigozhin expuso graves debilidades de la dictadura y del Ministerio de Defensa. Las imágenes de Putin apareciendo en la televisión nacional para pedir el fin de una rebelión armada y advirtiendo contra una repetición de la revolución de 1917, y luego requiriendo la mediación de un líder extranjero para resolver la asonada, tendrán un impacto duradero. Quedaron expuestas las debilidades de las fuerzas de seguridad rusas y la incapacidad del presidente para usar sus fuerzas de manera oportuna en la tarea de repeler una grave amenaza interna, erosionando así su "monopolio de la fuerza".
El rápido avance de Prigozhin hacia Moscú ridiculizó a las fuerzas regulares rusas y estableció ante el mundo un grave precedente: un grupo bien armado y decidido puede lograr resultados impresionantes en una Rusia supuestamente dominada por un formidable "hombre fuerte". Asimismo, la reacción de sorpresa del Kremlin ante el motín evidenció la ineficacia de los servicios de inteligencia. La incompetencia y la corrupción han debilitado a las fuerzas armadas y de seguridad durante décadas. Los planes de modernización han fracasado estrepitosamente. Por eso a Putin le era tan útil Wagner, un eficaz grupo paramilitar el cual le brindaba una muy personal guardia pretoriana para hacer negocios en África y para competir con el Ministerio de Defensa y el Estado Mayor. Pero el tiro le salió por la culata. Con su revuelta, Wagner mostró el nivel de degradación de las reservas militares de Rusia, así como los peligros de depender de reclutas inexpertos para defender las fronteras del país. Peor aún, dejó grandes dudas sobre la presunta popularidad de Putin. Todo el mundo vio como los residentes de la ciudad de Rostov, el centro de mando de la guerra de Ucrania, recibieron a los hombres de Wagner con comida y agua y vitorearon a Prigozhin como a un héroe.
Quizá es prematuro especular sobre si los impactos concretos de la rebelión de Prigozhin pueden representar el principio del fin del régimen. Seguramente vendrá una purga en el ejército y dentro del Kremlin, así como más represión para controlar a la población en general, pero todo ello podría perturbar el curso de la guerra y provocar problemas con quienes se perciban como posibles objetivos de la furia putiniana. Pero el dictador no tiene alternativa. Llegó al poder como "el gran estabilizador" a base de explotar un discurso nacionalista. Sin embargo, el desastre de Ucrania y la rebelión de Prigozhin han roto su imagen. Ya no hay "patriotismo" detrás del cual pueda esconderse.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes y en El Economista
28 Junio 2023