Pedro Sánchez tiene una bien ganada reputación de apostador afortunado. Logró hacerse con la secretaría general del PSOE en 2014 imponiéndose, contra todo pronóstico a Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias. Tres años más tarde, tras haber sido obligado a renunciar al liderazgo del partido por los "barones", sorprendió a todo el mundo al vencer a Susana Díaz y a Patxi López en unas primarias ya históricas con el discurso de construir "un PSOE de las bases y no del aparato, ni de la vieja guardia ni de los barones". En 2018 sacó adelante una improbable moción de censura y terminó siendo nombrado presidente del gobierno cuando el PSOE contaba únicamente 84 diputados. Ahora, tras el adelanto electoral convocado por el presidente del gobierno al día siguiente de celebrarse los comicios autonómicos y municipales (donde el Partido Popular arrasó y el partido de derecha radical Vox duplicó sus votos) volvió a funcionarle instinto político. Pedro Sánchez ha vuelto a superar una situación límite y puede ver la luz al final del túnel.
Todos los analistas de los comicios celebrados el pasado domingo destacan el éxito en la estrategia "sanchista" de asustar al electorado de centro con el regreso de la extrema derecha al poder, lo cual implicaría "un gran retroceso en los derechos ganados en estas décadas". A sus correligionarios advirtió el candidato socialista: "O nos movilizamos o nos lo comemos con patatas", y se movilizaron. El PSOE y sus aliados de Sumar revirtieron en una semana la curva ascendente de sus adversarios con una campaña emotiva. Pero lo fundamental fueron los errores cometidos por la derecha. El candidato del Partido Popular, Alberto Nuñez Feijóo, se durmió en los laureles de una victoria "inminente" y optó por la estrategia de "no hacer demasiadas olas", mientras sus aliados de Vox se regocijaban con una campaña caracterizada por su dureza. Pero mucho peor fue el proceso de formación de gobiernos en las autonomías recién ganadas por las opciones conservadoras, donde Vox empezó a cogobernar aplicando algunas medidas retrógradas o, de plano absurdas, como censurar a la actriz Ana Belén (en el ayuntamiento de Jaen) y a la escritora Virginia Wolf (en Valdemirillo), convertir los símbolos del franquismo en "bienes de interés cultural" para "protegerlos" de la Ley de Memoria Democrática, cancelar planes de igualdad, cerrar ciclovías, evitar de hablar de "machismo" y preferir el término de "violencia intrafamiliar".
El fracaso de Vox representa el primer revés reciente de la extrema derecha en Europa, la cual ha estado avanzando a pasos agigantados. Ya gobierna Italia, Polonia, Hungría y República Checa. También han ganado posiciones de influencia en Finlandia y Suecia. En Francia ya sobran quienes apuesta a un eventual triunfo de Marine Le Pen. La ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) ya aparece en algunos sondeos en segundo lugar. Y así, con la extrema derecha, en su mejor momento, Vox perdió en España una cantidad considerable de votos y escaños. Hay quienes hablan de una "excepción ibérica", y eso porque la memoria de la dictadura todavía pesa mucho en España.
Ahora vienen las negociaciones para formar gobierno. En España, una vez roto el tradicional bipartidismo, ahora se requieren coaliciones. El PSOE y Sumar podrían ser mayoría parlamentaria llegando a acuerdos puntuales con los partidos regionales, los cuales nunca apoyarían un gobierno de derecha y menos con Vox participando en él, pero el precio a pagar podría ser demasiado alto. Un referéndum de independencia en Cataluña podría ser la exigencia de los partidos catalanes, por ejemplo. Si no hay acuerdo, habría de nuevo elecciones entre diciembre y febrero, sin duda un mal escenario para la gobernabilidad de España.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes y en El Economista
26 julio 2023
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