¡Vaya con las ironías de la historia! Mientras Rusia combate desde hace más de un año una cruenta y absurda guerra en Ucrania para la defensa de su supuesta "tradicional zona de influencia", China se le mete a Moscú por la puerta de atrás. La semana pasada, Xi Jinping celebró en la ciudad imperial de Xi'an una cumbre con los presidentes de las antiguas repúblicas soviéticas de Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, a quienes el dictador chino propuso un plan de desarrollo y modernización "para potenciar infraestructuras y comercio en Asia Central". De esta manera, Pekín se consolida a pasos agigantados como el nuevo referente hegemónico en esta estratégica zona del mundo. "Quien controle Asia central tendrá muchas probabilidades de dirigir el resto de Asia y Europa y obtener, así, una posición privilegiada para dominar el mundo", decía el político y geógrafo inglés Halford J. Mackinder a principios del siglo XX.
Posiblemente Asia Central no será nunca la región dominante profetizada por Mackinder, pero no por ello dejará de ser una zona geoestratégica donde muchas potencias jugarán sus cartas, como lo hicieron Rusia y Gran Bretaña en el siglo XIX con el llamado "Gran Juego" descrito por Kipling en sus novelas, porque conecta Europa con Asia y está desarrollando su capacidad para distribuir sus abundantes recursos naturales en múltiples direcciones. Cierto, las repúblicas centroasiáticas tienen todavía una gran dependencia ante Moscú́. Por ejemplo, Rusia controla las operaciones del oleoducto del Caspio mediante el cual Kazajistán exporta el 80 por cinto de su petróleo. Pero la guerra ha reforzado la desconfianza de estas naciones, provocada por las ambiciones expansionistas rusas y por las dudas sobre la capacidad de Putin como garante efectivo de la seguridad regional.
China también se le mete por la puerta de atrás a Estados Unidos y a sus aliados. La cumbre de Xi'an se celebró en paralelo a la reunión del G7 en Hiroshima. Muchas críticas han recibido últimamente la reunión anual de los otrora siete países más industrializados del planeta. La acusan de obsoleta por no incluir a las potencias emergentes. Pero el G7 ha encontrado un nuevo sentido de propósito gracias a la guerra de Ucrania. Cierto, ya no posee el peso económico de antaño, sin embargo, conserva un elemento fundamental, carente en otros foros como los BRICS: un sistema de valores común encuadrado en la defensa de la democracia y los derechos humanos. Pero ello, desde luego, no basta para competir con China, cuya influencia en el llamado "Sur global" es creciente.
La cumbre de Hiroshima fue particularmente importante porque, además del tema de las sanciones a Rusia, las potencias se centraron en el mundo en desarrollo. El apoyo del G7 a Ucrania ha hecho evidente la distancia entre las naciones desarrolladas y el "Sur global". Muchos países pobres dudan de condenar la invasión porque no ven ventajas en verse obligados a optar por un bando o por el otro. Occidente no está logrando convencer a los países más pobres de los beneficios del orden internacional actual, por eso los líderes de estas naciones voltean a ver China, la cual ofrece inversión en cuantiosas cantidades sin hacer preguntas incomodas sobre democracia y derechos humanos. El G7 empieza a darse cuenta de la ineficacia de su prédica y por eso asume un discurso más pragmático, poniendo el acento en la defensa de la inviolabilidad de las fronteras y en destacar los beneficios de un sistema internacional basado en el derecho y no en la fuerza bruta. Y, muy importante, también evitó tratar de forzar al mundo en desarrollo a una elección binaria entre potencias liberales y autoritarias.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes y en El Economista
24 Mayo 2023
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