Omar al-Bashir formaba parte de ese ominoso grupo de hombres fuertes africanos eternizados en el poder. Gobernó Sudán como dictador absoluto durante tres décadas, reprimiendo con puño de hierro disidencias y rebeliones, con episodios tan trágicos como la guerra en Darfur y a la independencia de Sudán del Sur (2011), donde no se conformó con matar a gente acribillándola, sino además indujo una hambruna. Todo esto le valió condenas internacionales y una orden de arresto aún vigente de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y contra la humanidad. El Ejército derrocó en 2019 a Bashir tras tres décadas en el poder, pero las cosas poco mejoraron para los sufridos sudaneses. En 2021, las fuerzas armadas dieron otro golpe de Estado para terminar con un gobierno de transición cívico/militar. Se había pactado con la oposición política el establecimiento de un sistema democrático, pero esa transición nunca llegó.
Inició entonces una intensa rivalidad entre dos generales: Abdel Fattah al Burhan, presidente de facto desde el golpe de Estado de 2021 a quien apoya el ejército regular, y Mohammed Hamdan Dagalo, más conocido como Hemedti, líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), milicia paramilitar creada por el exdictador Al Bashir. Esta rivalidad estalló violentamente en abril y desde entonces Sudán vive una situación aciaga. Los combates entre las distintas facciones han provocado casi doscientas víctimas mortales. Todo apunta al inicio de una guerra civil. La inevitable implicación de actores externos recrudece la situación. El gobierno de facto es respaldado por Egipto e Israel, mientras las RSF cuentan con el apoyo de Rusia, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. Es particularmente intenso el involucramiento ruso a favor de Hemedti, cuya fuerza proviene de la gestión de las minas de oro y de otros minerales expoliados en complicidad con el tristemente célebre Grupo Wagner, el cual llegó al país por invitación del dictador Omar al Bashir. Asimismo, Rusia está interesada en establecer una base naval en las costas sudanesas del estratégico Mar Rojo, por donde atraviesa el 30 por ciento del comercio mundial. También pretende contar con una base de sustentación en Sudán para facilitar su influencia en Libia y el Sahel.
Sudán es un país relevante no solo por su posición esratégica. Es el tercer Estado más grande del continente africano y posee abundantes recursos como petróleo, gas y minerales. Sin embargo, actualmente atraviesa una situación crítica. Desde el golpe de 2021 ha perdido financiación internacional, el valor de la libra sudanesa se ha desplomado y el precio de los alimentos se ha incrementado hasta un 300 por ciento. Casi un tercio de la población padece hambre. Ahora enfrenta a la posibilidad de un colapso completo similar al padecido por Yemen o Libia. Ello tendría un grave impacto regional porque incrementaría la de por sí severa crisis humanitaria en el Cuerno de África, donde Etiopía y Somalia se encuentran inmersos en sus propios conflictos. Además, podría generar un extenso caldo de cultivo para la proliferación de movimientos fundamentalistas musulmanes.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes y en El Economista
10 de mayo 2023