Prestidigitador, payaso, primer ministro de cabaret, verdulero, incompetente, vulgar, autoritario, incapaz, analfabeto, mitómano y, sobre todo, cínico, "el mayor de los cínicos". Todas estas cosas se han dicho sobre Silvio Berlusconi, quien hoy está grave en el hospital diagnosticado con leucemia. Fue el hombre más rico del país y el jefe de gobierno con más tiempo en el poder desde 1945. Este magnífico tramposo fue capaz de dominar la política italiana hasta, prácticamente, el final de sus días. Fue cruzado principal de la llamada "antipolítica", magnate "antiletitista", auspicio de Trump. Sedujo a los italianos hartos de la política convencional y de la llamada "Primera República", repleta de cohechos, corrupción y clientelismo, pero a la que le había ido, cuando menos desde el punto de vista económico, estupendamente. Se convirtió en el séptimo país más rico del mundo, pero hacia finales de los ochenta todo empezó a derrumbarse. Llegó la operación Mani Pulite, la célebre "revolución de los jueces", la cual derribó por corruptos, uno tras otro, a los políticos tradicionales del trípode dominante democristianos-comunistas-socialistas.
Tras la debacle un abanico de nuevas fuerzas arribo al escenario, pero como el típico remedio peor que la enfermedad. Los italianos no procuraron honradez ni eficacia en su búsqueda para encontrar a alguien diferente para dirigir al país. Nunca tuvieron motivo para creer en la honradez de Berlusconi, un personaje corrupto y de una vulgaridad excepcional, pero exitoso en la vida. Fue percibido como una "bocanada de aire fresco" para una nación ya para entonces francamente harta de jefes de Gobierno tan parecidos unos a los otros, personajes de alta cultura (frecuentemente vaticana) como De Gasperi y Andreotti, miembros todos de un círculo íntimo y elitista del centroizquierda y derecha, eficaces, venales y capaces de aburrir hasta a las ostras. Silvio Berlusconi, con su aspecto de guiñol de sí mismo, pagliaccio itinerante, estrambótico estruendoso, inculto y de un inveterado mal gusto, hacía sentir a todos los italianos mucho más en "democracia". Por eso es el precursor de la ola populista actual. Berlusconi es el italiano quintaescencial, como en alguna medida lo fue Cola di Rienzo, Mussolini o Crispi, y como también en buen grado lo es Trump de los gringos. Con él los italianos se sentían cómodos porque con su show cotidiano se reflejaban en un espejo donde se identificaban todos. Esta es la idea central de "El Caimán", la famosa película de Nino Moretti dedicada a hacer una parodia deliciosa del régimen berlusconiano.
No en balde desde el final de la Segunda Guerra Mundial Italia ha sido uno de los escenarios privilegiados por la ciencia política como campo de investigación. Larry Diamond estudió su peculiar transición a la democracia, Giovanni Sartori bautizó el sistema de partidos italiano como "pluralismo extremo polarizado" debido a la presencia, entre otros elementos, de partidos antisistema como el Partido Comunista Italiano o el Movimiento Social Italiano. Ahora pululan los analistas de la caída de los grandes partidos tradicionales en el proceso Mani Pulite, del surgimiento de la antipolítica y del desfile de formaciones estrafalarias como la Forza Italia de Berlusconi, la xenófoba y ex separatista Liga de Matteo Salvini, el movimiento Cinque Stelle del humorista-agitador Beppe Grillo y de los Fratelli d´Italia de la primera ministra Giorgia Meloni, el cual sucede mientras la otrora séptima economía del mundo va en declive acelerado: en 2020 retrocedió casi un 10 por ciento en su PIB y exhibió el peor manejo de la pandemia.
La de Berlusconi y la de tantos demagogos y populistas actuales no es una antipolítica de rechazo de la política (y al Estado) en sentido pleno, como en las tradiciones libertarias y anarquistas, sino es mero repudio a la clase dirigente profesional y a los partidos e ideologías tradicionales. En su reciente libro "La Revancha de los Poderosos (Debate, 2022)", Moisés Naím advierte que la democracia es el reino de la imperfección y el cambio y el sistema se atranca cuando los propios políticos entran en una mecánica de bloqueo recíproco y extremo: "los acuerdos, cuando se consiguen, son a veces tan mínimos que dejan a todas las partes furiosas y asqueadas… No es suficiente que sólo un sector obstaculice a otro; la enemistad política convierte a esta modalidad en una continua lucha por impedir que se cumplan las promesas de gobierno y por desalojarlo cuanto antes. Una vez que la capacidad de resolver problemas baja de cierto umbral crítico el terreno está listo para la antipolítica... se instala cuando existe un rechazo a la totalidad de una clase política y a la manera en que ejercen el poder… Se trata de una poderosa fuerza centrífuga que deshace la capacidad de las viejas élites de gobernar y prepara el terreno para unas fuerzas centrípetas que quienes aspiran a convertirse en autócratas pueden aprovechar para volver a concentrar el poder, esta vez solo en sus manos. Por eso, cuando se desarrolla, coloca al país en una autopista hacia el populismo".
En el proceso de advenimiento de la antipolítica y de entronización del populismo Italia no ha dejado de prefigurar involuciones que se han convertido en pauta general para las democracias occidentales. Sucedió, primero, con la tendencia de los partidos a ejercer una hegemonía sobre el Estado y la sociedad civil (la "partitocracia"), después vino la degeneración de los tradicionales partidos de masas, la personalización de la política llevada hasta el extremo con Forza Italia y Berlusconi, la desaparición de las ideologías decimonónicas como puntos de anclaje de la cultura política y la poderosa presencia del discurso antipolítico, entendido como crítica de la clase política profesional. Discurso simplificador y reductivo, siempre polarizador ("ellos" contra "nosotros"), cuya simpleza cumple una función paradójica: hace pensar a mucha gente que "esto sí se entiende" y posee la claridad ausente muchas veces en el debate y la negociación democrática.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en Etcétera
8 abril 2023
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