Tratar de minar la fortaleza y legitimidad de instituciones electorales para después poder negar la validez de los resultados en las urnas si les resultan adversos se ha convertido en una estrategia cardinal de los populistas autoritarios. El domingo pasado, casi dos años después del asalto trumpista al Capitolio de Washington, una horda de varios miles de bolsonaristas (la mayoría ataviados con la camiseta de la selección de fútbol o envueltos en la bandera nacional) irrumpió en Brasilia para atacar las sedes de la Presidencia de la República, el Parlamento y el Supremo Tribunal de Justicia. La intención de los facciosos era provocar al ejército para dar un golpe de Estado, pero todo concluyó solo en una grotesca algarada, por ahora. Todos los poderes del Estado brasileño han cerrado filas con Lula y la democracia. El presidente se reunió con el jefe de las Fuerzas Armadas, con el ministro de Defensa y los gobernadores. Hay más de mil doscientos arrestados y los campamentos levantados desde octubre en la capital por bolsonaristas ya fueron desmantelados. Hay, sin embargo, quienes hubiesen querido un pronunciamiento más claro en favor de la democracia por parte del ejército, institución donde se han percibido ciertas actitudes ambiguas.
Las escenas presenciadas en Brasilia no solo fueron inquietantemente similares a las del Capitolio de los Estados Unidos. También se han detectado algunas conexiones. El inefable ideólogo de la Alt Right estadounidense, Steve Bannon, lanzó desde sus redes sociales y con hashtag #BrazilianSpring acusaciones de una "elección robada" y denuncias contra supuestas maquinaciones de "fuerzas oscuras". Y no fue el único. Varios aliados clave de Donald Trump también divulgaron en internet rumores infundados sobre un fraude electoral en Brasil. El domingo, cuando se empezó a divulgar por todo el mundo las imágenes de la asonada, Bannon volvió al ataque: "Lula se robó las elecciones... Los brasileños lo saben", escribió reiteradamente en el sitio de redes sociales Gettr, y llamó a los insurrectos "luchadores por la libertad". Por su parte Ali Alexander, uno de los líderes del movimiento pro-Trump Stop the Steal, intentó soliviantar a sus supuestos "numerosos contactos" brasileños con la proclama de "¡Hagan cuanto sea necesario para defender a la democracia!".
El orden ha quedado restaurado en Brasil y muchos observadores señalan el posible reforzamiento de la autoridad de Lula como consecuencia del fracaso bolsoranista del domingo. Sin embargo, también avisan del peligro de más desestabilización e instan a la justicia brasileña a aplicar sentencias ejemplares a los responsables, incluido el propio expresidente Bolsonaro y los empresarios e influencers incitadores y financiadores de tan bochornosos acontecimientos. Pero la situación es demasiado compleja. Se advierte la falta de control del presidente sobre los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas. Asimismo, tal y como sucede en Estados Unidos con el trumpismo, en Brasil el bolsoranismo ha rebasado al propio Bolsonaro y ha cobrado vida propia. El movimiento recibe apoyos numerosos e importantes para mantenerse movilizado y unido. Los ataques constantes a la justicia, la prensa y las instituciones calan hondo en poblaciones desorientadas y descontentas. Acaba de pasar en Brasil, como pasó antes y sigue pasando en Estados Unidos y sucederá, seguramente, en muchos países víctimas de la ola populista y de los "hombres fuertes".
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en Hombres Fuertes y en El Economista
11 enero 2023