La esperpéntica intentona golpista de Pedro Castillo en Perú me llevó a releer Técnicas de Golpe de Estado (1931), obra incendiaria del escritor italiano Curzio Malaparte, donde el autor comenta la relativa facilidad como un Estado moderno puede ser conquistado por un puñado de hombres decididos, siempre y cuando estos tengan una buena estrategia y las condiciones sean mínimamente propicias. Malaparte nos remite al primer golpe de Estado de la era moderna: el del 18 Brumario de Napoleón Bonaparte. Con la Revolución Francesa el golpe de Estado quedó quedando asociado a una toma del poder ilegal por parte de un individuo apoyado por un determinado grupo de personas. Nos dice Malaparte "El 18 Brumario (9-10 de noviembre de 1799) provee todo un modelo. Aprovechando un momento político confuso y apoyado desde dentro del gobierno por Sieyès y por su hermano Luciano, el general Bonaparte logra tomar el poder preservando inicialmente las apariencias legales, aunque termina por recurrir a la fuerza". Andando el tiempo el ejemplo de Napoleón repercute en su sobrino Luis Napoleón Bonaparte, quien siendo presidente de la Segunda República da un golpe de Estado mucho más burdo y violador de la Constitución vigente con el propósito de restaurar al Imperio. De ahí Marx escribió aquello de "La historia de repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como comedia". En el caso del golpe de Estado de los soviets de 1917, Malaparte lo considera un nuevo modelo insurreccional "Los bolcheviques son los primeros (previo a los fascistas italianos) en entender la necesidad de apoderarse de las infraestructuras esenciales para las sociedades industrializadas: centrales eléctricas, estaciones, centrales telegráficas y telefónicas." La toma del poder, considerada hasta entonces como una maniobra esencialmente política, se convierte también en una técnica.
Otro destacado teórico del Golpe de Estado fue el historiador Edward Luttwak, quien en su polémico y muy interesante libro "Golpe de Estado. Un manual práctico", hace toda una tipología de los golpes de Estado y explica, como si se tratase de un prontuario militar, cómo socavar el poder de un gobierno. Luttwak enumera las reglas a seguir para el aprendiz de golpista, distinguiendo entre el pronunciamiento a la española (no implica necesariamente la toma del poder), el putsch (el cual moviliza solo a una parte del ejército o a un grupo armado) y el golpe de Estado (el cual puede involucrar a civiles y militares). "Si quieres tomar el poder por la fuerza", aconseja Luttwak, "aprovecha puntos estratégicos fijados de antemano lo más rápido posible. No le des al gobierno la oportunidad de comprender el plan general. Toma el control de las telecomunicaciones, las estaciones de radio y televisión y las redes de transporte. Incapacita inmediatamente a las fuerzas de oposición más peligrosas (partidos, sindicatos, líderes religiosos...). Finalmente, inmoviliza a los núcleos leales (preferiblemente evitando dispararles). Una vez tomada la sede del gobierno y con los gobernantes arrestados, formaliza la toma del poder con una declaración en los medios… de preferencia, elige un país económicamente subdesarrollado, donde la vida política no sea accesible para la mayoría de la población", aunque también advierte: "pero algunos países desarrollados occidentales pueden convertirse en objetivos principales en caso de una crisis económica prolongada, una derrota militar o diplomática, o una inestabilidad política crónica". En 1958 este fue el caso de Francia, empantanada en la guerra de Argelia. En este sentido, también son dignos de consideración otros dos golpes europeos: en Grecia (1968) y Portugal (1974). Luttwak contó 88 intentos de golpe de Estado (62 exitosos) perpetrados entre 1946 y 1964.
Pero los golpes de estado de este tipo mencionados por Malaparte y Luttwak han pasado de moda. Ahora, en el siglo XXI y con el auge de la ola populista, la nueva manera de hacerlo es desde el poder por un grupo, movimiento o partido al frente del Ejecutivo y dueño de una clara mayoría parlamentaria. Cierto, fue el estilo utilizado por Hitler, pero ha sido retomado y refinado por Erdogan en Turquía, Chávez y Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua, Putin en Rusia, Orbán en Hungría y el partido Ley y Justicia en Polonia, entre otros. En todos estos casos líderes con talante autoritario llegaron al gobierno tras triunfar en elecciones libres y utilizando de manera más o menos abusiva una mayoría parlamentaria retuercen la Constitución y las leyes para degradar la vida democrática. Es decir, se sirven de la democracia para imponer la autocracia. Es una forma de "refinamiento golpista", un sistema donde paulatinamente un aspirante a dictador se va apoderando de todos los poderes del Estado, primero aprovechando su gran popularidad y fuerza electoral y más tarde adulterando la Constitución y las leyes con reformas en apariencia legales pero las cuales van claramente en contra del espíritu democrático y de la genuina vigencia del Estado de derecho.
En Latinoamérica, donde los golpes de Estado del siglo XX se caracterizaron casi siempre por ser de carácter castrense, la usurpación autoritaria del poder también ha sufrido una transformación. Sus perpetradores se consolidan en el gobierno alejándose de las armas y de toda parafernalia miliar para emplear cada vez más el poder constituido en la tarea de degradar al régimen democrático. Se están aprovechando de las normas constitucionales para destruir la democracia desde adentro y así afianzar y perpetuar su poder bajo una apariencia de juridicidad y apelando a tácticas polarizadoras y al discurso de odio. El intelectual guatemalteco Fuentes Destarac, en un artículo publicado en 2011, amplía el concepto bautizándolo como "Golpe de Estado Constitucional, el cual conlleva fines de concentración de poder (iniquidad y abuso), suplantación (ocupar o desempeñar ilegítimamente un cargo o función), desinstitucionalización (erosión o debilitamiento institucional), perpetuación (permanencia en el poder indefinidamente) y fraude electoral (defraudación de la voluntad popular), todo bajo una apariencia de legalidad".
En el México de López Obrador somos testigos de un cotidiano proceso de golpe de Estado, el cual sigue las pautas y tiene las características del nuevo manual golpista. El gobierno aprovecha su mayoría paramentaría para lograr poco a poco la subordinación al Ejecutivo de los poderes Legislativo y Judicial (con todo y tesis plagiadas de por medio), apela al histrionismo y al discurso de odio en su esfuerzo por deslegitimizar a la oposición y justificar medidas autoritarias, debilita al poder civil en favor de las fuerzas armadas, desempeña una administración de los recursos públicos cada vez más discrecional y alejado de la transparencia y la buena rendición de cuentas, degrada la calidad de gestión de la administración pública mientras favorece esquemas clientelares y procura -a como dé lugar- la subordinación de la autoridad electoral (el plan B) para garantizar la hegemonía del partido oficial. Evidentemente, y como se ha visto en otros casos ofrecidos por estas nuevas técnicas de golpe de Estado, las cosas terminan por desembocar en la violencia, en la represión de la oposición política, la criminalización de la disidencia y de la prensa independiente, y en la negación de los derechos fundamentales de los habitantes
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en Etcétera
24 dic 2022
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