El expresidente peruano Pedro Castillo debió haber leído a tiempo Técnica del Golpe de Estado (1931), donde el célebre escritor y periodista italiano Curzio Malaparte analiza y disecciona los golpes o intentos de golpe de Estado perpetrados en Europa desde el 18 de Brumario de Napoleón hasta la "Marcha sobre Roma" de Mussolini. Este texto se explica como aspirantes a dictador pueden ampararse en los instrumentos mismos de un Estado moderno para adueñarse de él: "No es indispensable utilizar la fuerza de las armas para tomar el poder. También es posible desmontando, paulatinamente, los pilares legales de los sistemas democráticos… se puede dar un golpe de Estado incluso sin una situación crítica o sin apoyo popular. El plan pasa por tener el apoyo de un número suficientes de fuerzas con capacidad de acción y concentrarlas en el punto más delicado del adversario, el cual en un Estado moderno reside en los servicios públicos y los medios de comunicación". Pero Castillo no sabía de tan convenientes estrategias y procedió a protagonizar su delirante intentona como la última expresión de un gobierno fallido.
El exmaestro rural prometió gobernar para las clases populares, pero prefirió rodearse de camarillas dueñas de poder en la sombra donde abundaron las corruptelas. Había ganado las elecciones de forma inopinada y por escaso margen como candidato de un pequeño partido de izquierda teniendo como antecedentes políticos únicamente su participación en huelgas magisteriales. Jamás pudo desempeñar un buen gobierno en parte por su ruinosa inexperiencia y en parte por el continuo sabotaje de las mismas fuerzas responsables de la ingobernabilidad imperante en Perú desde hace ya demasiado tiempo. Quienes lo defienden acusan a las cerradas élites políticas y económicas peruanas de haber sido ellas las verdaderas instigadoras de un golpe de Estado. Mucho hay de cierto en ello, pero Castillo no ha sido la única víctima de la ingobernabilidad. Es difícil llevar la cuenta de cuántos presidentes ha tenido el país en los últimos años, y algunos de ellos han acabado procesados, fugados o suicidados.
Urge una nueva Constitución para enterrar al actual presidencialismo disfuncional. La actual Carta Magna, promulgada en 1993 como resultado del -ese sí- exitoso autogolpe de Fujimori, carece de legitimidad y capacidad de generar consensos. Una nueva Constitución no sería la salvación mágica, pero puede generar mejores procesos de diálogo y entendimiento encaminados a establecer un sistema de gobierno más eficaz. Más importante sería contar con un sistema de partidos fuerte y representativo y una clase política responsable dedicada a ocuparse de los graves problemas del Perú, pero ello se ve muy lejano. Hoy el conflicto social se extiende por todo el país con protestas donde se reclama la disolución del Congreso y la convocatoria a nuevas elecciones.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en Columna Hombres Fuertes y en El Economista
14 dic 2022
Comentarios