La visita de Nancy Pelosi a Taiwán despertó la ira Xi Jinping. China inició como represalia unos ejercicios militares inusualmente agresivos con la movilización de su marina de guerra, incursiones aéreas en el espacio aéreo de la isla de Formosa y la realización de un simulacro de bloqueo. También suspendió la cooperación con Estados Unidos en varias áreas. Esta crisis llega en un momento particularmente delicado para Xi, a solo unos meses de celebrarse el congreso del Partido Comunista donde será electo para un tercer mandato como líder. Parecería pan comido para el dictador chino mantenerse alegremente por, al menos, cinco años más en el poder. No es así. Las pugnas políticas chinas son soterradas, pero feroces, tal y como sucede en muchos regímenes de partido único.
Cierto, Xi no enfrenta a rivales políticos relevantes, ha eliminado los límites de mandato y ha instalado a aliados leales en todos los puestos clave. También ha iniciado un culto a su personalidad. Los funcionarios del Partido ensalzan públicamente su sabiduría y virtud y los documentos de planificación del gobierno afirman cada vez más estar basados en el "Pensamiento de Xi Jinping". Ha consolidado el dominio del Partido sobre vastas franjas de la sociedad y la economía, incluso obligando a influyentes magnates de los negocios y la tecnología a pedir perdón por su insuficiente lealtad.
Pero Xi no puede gobernar de manera efectiva sin un fuerte apoyo de otros agentes de poder, como los jefes provinciales del Partido y las fuerzas armadas. Y este año fue difícil. Ello se debe en gran parte a decisiones políticas del presidente. La economía está es problemas debido a la política "cero covid" basada en confinamientos para contener los brotes. La burbuja inmobiliaria es otro gran dilema. A ello se suman ahora las tensiones internacionales. Sería letal para Xi aparecer débil, pero tampoco puede permitirse una confrontación en toda regla con Estados Unidos, la cual desestabilizaría aún más a la economía china.
El dictador chino ha colocado a su país en una trayectoria arriesgada. Impulsa la idea de un mayor control del Partido sobre la economía y el sector privado, lo cual amenaza con limitar el crecimiento económico. Exige a toda la burocracia adherirse a la ortodoxia ideológica y demostrar lealtad a su persona, pero con ello solo logrará socavar la flexibilidad y competencia del gobierno. Su énfasis en la seguridad nacional redundara en un país cada vez más ensimismado y paranoico. El nacionalismo exacerbado erigirá una China más agresiva y aislada. La posición cada vez más central de Xi dentro del sistema político inhibirá alternativas y eventuales correcciones de rumbo, problema agravado por eliminación de los límites de mandato y la perspectiva de un gobierno indefinido.
Pedro Arturo Aguirre
Columna Hombres Fuertes
10 ago 2022
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