Como sucede en casi todas las guerras, la de Ucrania encierra grandes ironías y la más grande reside en los supuestos "principios". La OTAN dice defender a la libertad y los derechos humanos. Expone al conflicto como una lucha entre democracia y autoritarismo, pero la emergencia energética global desatada por la guerra ha obligado a Occidente a favorecer a varias de las llamadas "petrodictaduras", es decir, aquellos regímenes despóticos basados en el poder del petróleo. Hace un par de semanas la Unión Europea firmó "un memorando de entendimiento" con Azerbaiyán para duplicar, en el corto plazo, las importaciones de gas. Pero el mandamás azerí, Ilham Aliyev, es un sátrapa tan impresentable como Putin. La ONG internacional Human Rights Watch criticó este acuerdo por haberse omitido la exigencia al gobierno de Bakú de realizar reformas políticas destinadas a garantizar el respeto a los derechos humanos y a la libertad de expresión.
También fue bochornosa, por decir lo menos, la visita de Biden al príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed Bin Salman, a quien el presidente de Estados Unidos alguna vez calificó de "asesino" por la muerte del periodista Khashoggi. La guerra en Ucrania, las elecciones de término medio y el contexto geopolítico en Medio Oriente obligaron a Biden a morderse la lengua. Y a esto se suma el anuncio hecho por Washington de "un alivio limitado" de las sanciones contra Venezuela. También dictaduras como las de Turkmenistán, Argelia, Qatar y Egipto se están beneficiando de la Realpolitik de Occidente.
El petróleo tiende a prohijar gobiernos autoritarios y corruptos, no en todos los casos, desde luego (Noruega o Canadá, por ejemplo), pero no son pocos los analistas convencidos de ello. Existe un vínculo entre petróleo y autoritarismo porque los combustibles fósiles aportan recursos en abundancia a las dictaduras para comprar "clientelas". El flujo constante de efectivo permite a tiranías como la venezolana comprar la lealtad de grupos tan cruciales como el ejército. Quizá por eso ninguno de los 13 países integrantes de la OPEP es una democracia. Y ello es paradójico. Lo natural sería pensar lo contrario. Siendo el petróleo y el gas dos de los recursos más valiosos del mundo, tenerlos en gran cantidad debería garantizar prosperidad y democracia, pocas veces es así.
El caso de Putin es paradigmático. Ha conseguido permanecer en el poder a pesar de la disfuncional economía rusa. Su gobierno se sustenta en las ganancias de la petrolera estatal Gazprom, lo cual le permitió construir una red de asistencia social y patrocinio bastante extenso. La venta de petróleo y gas representan el 45 por ciento del presupuesto federal. Ojalá, por lo menos, esta guerra sirva para impulsar a los gobiernos democráticos a desarrollar con más ahínco energías renovables.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna
Hombres Fuertes
3 de agosto 2022
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