Se va Boris Johnson, pero como legado deja importantes lecciones no solo para el electorado de su país sino para todo el mundo aun democrático. BoJo (como apodan en el Reino Unido a su, todavía, jefe de gobierno) pretendió abusar del carácter consuetudinario del sistema constitucional británico para socavar una de las democracias más estables del planeta. La Constitución del Reino Unido no es un documento escrito y codificado. Se fundamenta, en buena medida, en convenciones y por ello su buen funcionamiento en mucho depende de la integridad y buena fe de quienes ocupen el gobierno. Un primer ministro deshonesto y con una mayoría servil en la Cámara de los Comunes tiene la capacidad de alterar esta Constitución no codificada en su propio beneficio, más o menos a voluntad. A esta innoble labor se dedicó BoJo desde su arribo al poder.
Toda su administración es un historial de cambios, regateo, trucos e interpretaciones tramposas. Su gobierno amenazó la soberanía parlamentaria cuando se discutían los pormenores finales del Brexit. Más tarde no dudo en atentar contra la independencia del Poder Judicial, hizo todo lo posible por anular el carácter crítico e independiente de la BBC y se dedicó, tenazmente, a socavar la confianza pública en todas las instituciones en una medida sin precedentes. Como lo escribió Yascha Mounk, estudioso del fenómeno populista y autor del libro El Pueblo contra la Democracia, todos los populistas tienen en común su desdén por el pluralismo, un componente inherente a cualquier democracia representativa que funcione: "al afirmar que ellos, y solo ellos, hablan por el pueblo, los líderes populistas de todo el mundo deslegitiman cualquier institución que pueda ejercer control sobre su poder". Cuando Johnson quiso impedirle a la Cámara de los Comunes deliberar sobre el brexit lo hizo pretendiendo ser el portavoz más legítimo de la voluntad de los británicos, incluso por encima de la institución encargada de realizar esta tarea durante los tres últimos siglos en el asalto más flagrante a la democracia en la memoria viva de Gran Bretaña y uno de los más graves que ha afrontado ningún país occidental.
Las acciones de BoJo sugerían una manía de gobernar por decreto ejecutivo, donde ese pretendía alinear al interés nacional con las conveniencias específicas del gobierno en funciones y no con los intereses del Estado. La renuncia de Boris Johnson y la naturaleza de su partida plantean preguntas vitales sobre los valores e instituciones democráticas, y no solo en el Reino Unido. Johnson cayó porque nunca reconoció distinciones entre la verdad y lo políticamente conveniente. Y otra lección: el teflón populista dura mucho, pero no es indestructible. Lincoln tenía razón, cuando dijo aquello de "no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo".
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes
13 julio 2022
Comentarios