Con cada elección presidencial en Francia irremediablemente reaparece el fantasma del De Gaulle y surgen preguntas sobre si los líderes actuales están a la altura del fundador de la V República. La figura del general aun ejerce una enorme influencia y no solo en su país, sino en buena parte de Europa. Ello, a pesar de la decadencia de Los Republicanos, el partido directamente heredero del gaullismo. Casi todos los aspirantes presidenciales, sin importar si son de izquierda o derecha, revindican para sí algún aspecto del legado degaulliano. Mucho de su discurso nacionalista y de su imagen de "hombre fuerte" inspira a los populistas actuales, pero al contrario de estos el general fue un estadista constructor de instituciones y un demócrata a toda prueba.
De Gaulle sabía ser pragmático y era, ante todo, un ser de paradojas. Lejos de ser un mesiánico irracional fue un político calculador, un hombre de Estado, pero también una especie de demiurgo manipulando una enorme máquina de ilusiones, quien supo fundirse en una comunión casi mística con la nación. Apeló a elementos del discurso populista: nacionalismo, desprecio por los políticos tradicionales, cierta actitud providencial, pero nunca fue un polarizador, todo lo contrario. Tras terminar la Segunda Guerra Mundial mucho se habló de la posibilidad de un golpe de Estado encabezado por él, con grandes posibilidades de tener éxito, pero decidió retirarse a su villa de Colombey-les-Deux-Églises al comprobar como la nación adoptaba un sistema político de inestable multipartidismo. La crisis de Argelia precipitó su retorno, pero no a lomos de una asonada. "¿He puesto en peligro las libertades? Todo lo contrario. Restablecí las libertades cuando habían desaparecido en 1940 . ¿De verdad cree que con 67 años voy a empezar una carrera como dictador?", declaró a su vuelta al poder. Diseñó a la V República con la ayuda de su amigo Michel Debré, con un presidente fuerte y eficaz pero también con un primer ministro responsable ante el parlamento.
Pese a su proclamado nacionalismo entendió la imposibilidad de mantener al imperio colonial francés. Concedió la independencia de Argelia, lo cual le costó enfrentarse a la extrema derecha, parte de ella liderada por un joven llamado Jean-Marie Le Pen. Lejos de demagogias y quimeras, entendió la imposibilidad de ver a Francia convertido en un actor de peso en la arena internacional si no era en estrecha coalición con sus socios europeos. Nunca hizo política polarizando o azuzando el odio contra minorías. Poco tiempo después de las revueltas estudiantiles de mayo de 1968 decidió dimitir a la presidencia tras percibir el irremediable desgaste de su gestión. Pero, paradójicamente, el legado del general está presente en la actualidad de forma distorsionada debido al auge de un nacionalismo obtuso y chauvinista.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna hombres
27 abril 2022
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