Hace unos días el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, acentuó su deriva autoritaria al decretar el régimen de excepción como respuesta de su gobierno al incremento de asesinatos perpetrados por las pandillas (maras). Este problema es viejo y llevó a este país a estar entre los países más peligrosos del mundo. Ante esta situación, es fácil venderle a la población "mano dura" para tratar de erradicar la delincuencia. Sin embargo, esta fórmula ha sido implementada en el pasado por otros gobiernos y los resultados han sido magros, ello porque no ataca las causas estructurales de la violencia pandilleril; desempleo, falta de oportunidades, pésimo sistema educativo, etc. La única diferencia entre Bukele y sus antecesores son las atrabiliarias descalificaciones del presidente contra las organizaciones defensoras de los derechos humanos, a la cuales acusa de complicidad con los criminales.
Bukele llegó a la presencia en 2019 con una plataforma anticorrupción y el ofrecimiento de sofocar la violencia de las pandillas y aumentar los salarios. "Hay suficiente dinero cuando nadie roba", fue uno de sus lemas. Se negó a participar en debates o a responder a preguntas de periodistas. Su campaña consistió en dirigirse directamente los electores a través de sus muy activos perfiles de Twitter y Facebook. Arrasó en las urnas y muy pronto evidenció su vocación autoritaria. El año pasado ordenó a los militares y a la policía invadir al Parlamento. Más tarde, haciendo uso de la súper mayoría legislativa de su partido, despidió a los jueces de la sala constitucional de la Corte Suprema y los reemplazó con incondicionales. Amigos y familiares del presidente ya ocupan posiciones de poder en todo el gobierno.
Un artículo reciente de la revista Journal of Democracy describió el estilo de Bukele como "Dictadura Millenial: una estrategia política innovadora donde se combinan las apelaciones populistas tradicionales y un comportamiento autoritario clásico con una marca personal juvenil y moderna construida, sobre todo, en las redes sociales". Bukele ha tenido éxito en explotar esta combinación. Es extremadamente popular, con índices de aprobación consistentemente por encima del 75 por ciento.
La dictadura Millenial es todo un fenómeno del siglo XXI. Seguramente seguirá extendiéndose. Con los agentes de poder tradicionales como los partidos políticos y los medios de comunicación tradicionales perdiendo autoridad, influencers como Bukele saben convertir el arte del entretenimiento en poder político. Podrán usar mecanismos democráticos, pero no por demasiado tiempo una vez instalados en el gobierno. El estatus de renegado de Bukele y la condena generalizada de la política por ser considerada "demasiado lenta y aburrida" impulsaron al mandatario salvadoreño a la victoria. Su éxito está llamando la atención por doquier. No será el último autoritario en manipular a la cultura de Internet y a las líquidas tendencias de las nuevas generaciones.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes
20 de abril de 2022
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