El extraordinario paso por el mundo de Sir Richard Francis Burton (1821-1890) desafía cualquier descripción escueta o superficial. Aventurero, erudito, lingüista, guerrero, espía, redomado bribón y genial autodidacta, poseyó virtudes tan grandes y excepcionales como lo fueron algunos de sus defectos. También fue un hombre que vivió la gran paradoja de estar siempre en pugna con la rígida y conservadora sociedad de su tiempo, sin dejar, por ello, de añorar en el fondo ser considerado como todo un “caballero victoriano”.
Richard Francis Burton nació cerca de Elstree, Hertfordshire, el 19 de marzo de 1821, hijo de un coronel del ejército británico. De niño acompañó a sus padres en sus frecuentes viajes al continente europeo. Burton fue un niño feroz. El pequeño rompe un violín en la cabeza de uno de sus profesores. A los diez años roba el rifle de su padre para disparar alegre contra los vitrales de una iglesia. Ya de adolescente, frecuentaba tabernas, casas de juego, y prostíbulos. Más tarde, asistió a la universidad de Oxford, donde fue conocido como el Rufián Dick (Ruffian Dick) por sus largos bigotes y su costumbre de retar a duelo a sus compañeros, a quienes consideraba inexorablemente aburridos. Desde luego, acabó siendo expulsado, cosa que le regocijó al grado que, para festejarlo, cabalgó sobre los campos de rosas de la venerable universidad mientras hacía sonar una trompeta.
A los 21 años Burton se alistó en el ejército de la East India Company y fue asignado a un regimiento situado en la región del Sind, donde por primera vez convivió con musulmanes y aprendió a hablar varias lenguas y dialectos, incluyendo el iranio, el hindustani y el árabe. De hecho, llegaría a ser experto en árabe y hindi y, durante su estancia de ocho años en la India, llegaría a hablar con cierta fluidez el marathi, sindhi, punjabi, telugu, pashto y multani. Según sus principales biógrafos, durante sus travesías y aventuras por Asia, África y Sudamérica llegó a aprender un total de 25 idiomas y hasta 40 dialectos. También en estos años aprendería el arte de encantar serpientes, se convertiría en un maestro del disfraz, y practicaría la cetrería y el hipnotismo tanto como lo que él describió como “la ciencia de tener una amante persa”.
En la India se desempeño como espía, asignado en la misión de merodear en los bazares del Sindh, en los que Burton perfeccionó sus habilidades lingüísticas al mismo tiempo que conseguía información valiosa para su comandante en jefe, el célebre Charles Napier. Una de sus misiones fue investigar burdeles homosexuales en Pakistán, donde descubrió que muchos distinguidos clientes eran oficiales británicos. Este reporte fue censurado y la investigación cerrada definitivamente. Furioso, Burton abandona al ejército y decide volver a Europa. Tenía apenas 29 años.
Burton se estableció en Francia, donde escribió sus primeros libros sobre la India, y diseña su siguiente aventura: entrar a la Mecca disfrazado de un peregrino musulmán, una osada hazaña que finalmente concretó en 1855 y, que de haber sido descubierta por las autoridades árabes, hubiese sido castigada con la decapitación del trasgresor. Ciertamente Burton no fue el primer no musulmán en colarse disfrazado a la ciudad santa de los musulmanes, pero si fue el primero en escribir de manera exhaustiva sobre su viaje. A su regreso publicó Pilgrimage tol Medinah and Mecca, libro en el que describe las costumbres y los fundamentos morales de los musulmanes. Su bella prosa –según Borges “exacta y sensual”- agradaba incluso a los burlados árabes.
Antes de retornar en triunfo a Gran Bretaña, Burton desvió el camino rumbo a Somalia para entrar en la ciudad musulmana prohibida de Harar. Al igual que la Mecca, todos los no musulmanes que osaban entrar a Harar eran ejecutados sumariamente. Producto de esta aventura, Burton publicó una de sus obras más difundidas: First Footsteps in East Africa.
Lo siguiente fue aceptar una invitación del John Speke para intentar encontrar la fuente del río Nilo, pero la aventura se frustró en su inició al ser atacada la expedición por una feroz tribu somalí. Speke fue gravemente herido y la quijada de Burton fue atravesada por un lanza. Nuestro héroe regresa entonces a Inglaterra para recuperarse, cuando estalla la Guerra de Crimea. Burton se vuelve a enlistar en el ejército, pero para ver acción en el campo de batalla, sino que reanuda sus actividades como espía. Participó en el llamado "big match", cuando los espionajes ruso y británico se enzarzaban por el dominio de Asia y Oriente. Así aparece en Kim, de Kipling, como un espía de gran experiencia, capaz de transformarse disfrazado de derviche o de buhonero.
Terminado el conflicto en Crimea, Burton y Speke reanudan su aventura africana. Ambos exploradores dan con el lago Tanganyika una mañana de 1858. Speke concluye, correctamente como se confirmaría después, que es este lago es la por tantos siglos oculta fuente del Nilo. Pero Burton le contradijo, dando lugar a una tan famosa como amarga disputa que sólo terminó, pocos años más tarde, con la muerte de Speke en un accidente de caza.
En 1860 Burton daría inicio a sus aventuras americanas, al hacer un viaje a Utah para visitar a los mormones y a su líder, Brigham Young. A Burton le fascinaron las costumbres poligámicas de los mormones, las cuales fueron reportadas por el viajero en su libro The City of the Saints. Pero, paradójicamente, es de regreso de este en encuentro con la poligamia mormona que el capitán Burton emprende la más insensata de sus peripecias. Pasada ya la juventud, se casa con la sin duda bella y aristocrática, pero profundamente católica y prejuiciada, Isabel Arundell. Para disculparlo, diré que el capitán acusaba para entonces cierto cansancio y profesaba un casi insuperable gusto por el whisky y el buen vino.
Decidido a sentar cabeza, Burton ingresa al servicio diplomático. En 1861 es designado cónsul británico en la isla Fernando Poo, una pequeña colonia española en la costa occidental de África. Partiendo de esta isla Burton realizaría exhaustivos y numerosos viajes al continente africano, de los que resultarían cinco populares libros en los que describe ritos tribales, canibalismo y, para escándalo de la Inglaterra victoriana, bizarras prácticas sexuales. Esta preocupación por todas las facetas de la cultura africana provocaron la suspicacia de la British Foreing Office, que optó por reasignar a Burton como cónsul en el puerto brasileño de Santos.
Para Burton lo más destacado de su breve estancia en Brasil fue el descubrimiento del poeta portugués Luis de Camoens, al grado que comenzó la tarea de traducir la totalidad de sus obras al inglés. Pero el capitán detestaba Santos. La única diversión del cónsul consistía en beber en exceso rica casaca. Su piadosa esposa intercedió con la Foreing Office para que su marido fuera reubicado en su amado (por el capitán) Medio Oriente, esta vez en Damasco. Su estancia en la actual capital de Siria fue exitosa y feliz para este fatigado aventurero, pero las actividades de proselitismo religioso de Isabel no tardaron en crearle problemas, al grado que el cónsul se vio obligado a presentar su dimisión.
En 1872 Burton fue asignado cónsul en Trieste, donde escribió extensivamente sobre sus viajes (Islandia, India, Italia y África), se aventuró a escribir su propia poesía (The Kasidah), y realizó algunas traducciones de poesía persa. Pero, de manera señalada, es en Trieste que Burton realiza sus crudas y explícitas traducciones e interpretaciones de El Jardín Perfumado, la Ananga Ranga y el Kama Sutra, haciendo que el estólido mundo victoriano descubra la erótica hinduista. Sin embargo, a pesar de este relativo escándalo, y aunque en Trieste Burton participó en algunos negocillos algo turbios, fue en estos postreros años que el aventurero capitán recibió algo de reconocimiento por parte de sus melindrosos contemporáneos, al ser nombrado por Su Majestad la Reina Victoria Caballero Comandante de San Miguel y San Jorge por sus servicios a la Corona.
Burton muere en Trieste el 20 de octubre de1890. Inmediatamente después de su muerte, su incorregible viuda quema buena parte de sus diarios y mano escritos, y se dedica a divulgar una versión rosa de la vida de su esposo como un buen católico, fiel esposo y incomprendido explorador. Sin embargo, ni con todos sus píos esfuerzos Isabel logró que los restos del capitán fueran enterrados en la abadía de Westminter junto a los de quien fue uno de sus principales héroes: el explorador David Livingstone.
Y es que esta fue la gran paradoja que, en buena medida, marcó la personalidad de Burton. Byron Farwell, quizá el mejor biógrafo del capitán, ha dicho que lo extraño es que, aunque tuviera el coraje de un hombre de la era isabelina y una salvaje energía animal, el afán por la catalogación que siempre le caracterizó corresponde al estilo victoriano. Las paradojas y contradicciones lo acompañaron en todos los aspectos de su vida. El gnosticismo le atraía, frecuentó la práctica islámica y parece ser que acabó más bien entregado a los misterios del sufismo, pero no sin dejar de suponer que la idea de un Dios resulta fuera de lugar. Había visto la piedra negra de La Meca y supuso que era un aerolito. El explorador autócrata odiaba la esclavitud; el héroe victoriano creía en los beneficios de la poligamia; tras la vía erótica del tantra, aparece el Burton sufí.
En general, sus contemporáneos mucho le odiaron. Es de suponer que su gran cinismo le libró de recibir más ofensas. Como T. E. Lawrence, el caso de Richard Burton atrae a los biógrafos con método psicoanalítico, con lo que resulta que lo más importante de sus vidas consistirá en sus rarezas y no en sus proezas. Siendo tantas las rarezas del capitán Burton, no pocas de sus grandezas han quedado a menudo al margen, del mismo modo que la baja estatura de T. E. Lawrence o sus episodios de masoquismo han logrado restar horizonte a su aventura en el desierto. Por eso es importante que biógrafos serios como Farwell aporten su dosis de sentido común y sitúen en su debida proporción episodios como la opiomanía y alcoholismo del personaje frente a sus trascendentales aportaciones al conocimiento de la India o del Islam.
Finalmente, Burton fue lo que llamaríamos hoy un héroe borgiano par excellance. 1942 Pedro Henríquez Ureña descubrió en una biblioteca de Santos un manuscrito suyo que versaba sobre el espejo que atribuye el Oriente a Iskandar Zu al-Karnayn, o Alejandro Bicorne de Macedonia. En su cristal se reflejaba el universo entero. Asimismo, y como lo cuenta Farwell, en varias partes de su obra Burton menciona otros artificios congéneres -la séptuple copa de Kai Josrú, el espejo que Tárik Benzeyad encontró en una torre, el espejo que Luciano de Samosata pudo examinar en la luna, la lanza especular que el primer libro del Satyricon de Capella atribuye a Júpiter, el espejo universal de Merlin, "redondo y hueco y semejante a un mundo de vidrio" , y añade estas curiosas palabras: "Pero los anteriores, además del defecto de no existir, son meros instrumentos de óptica. Los fieles que concurren a la mezquita de Amr, en el Cairo, saben muy bien que el universo está en el interior de una de las columnas de piedra que rodean el patio central... Nadie, claro está, puede verlo, pero quienes acercan el oído a la superficie, declaran percibir, al poco tiempo, su atareado rumor... La mezquita data del siglo VII; las columnas proceden de otros templos de religiones anteislámicas, pues como ha escrito Abenjaldun: En las repúblicas fundadas por nómadas, es indispensable el concurso de forasteros para todo lo que sea albañilería".
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